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RELATO DEL ÉXODO Y LA CONEXIÓN CON YESHUA

Nuestra historia comienza en la antigüedad con Abraham, la primera persona en creer en un solo Dios. La idea de un Dios único, invisible y todopoderoso, lo inspiró a dejar a su familia y comenzar un nuevo pueblo en Canaán, la tierra que un día llevaría el nombre que había adoptado su nieto Yacob, Israel.

El Eterno le había hecho una promesa a Abraham, que su familia se convertiría en una gran nación, pero esta promesa está acompañada de una aterradora visión de los problemas a lo largo del camino: «Tu descendencia morará por un tiempo en una tierra que no es la suya, y serán esclavizados y humillados por cuatrocientos años, sin embargo, yo castigaré a la nación que los esclavice, y después ellos saldrán con una gran riqueza «.

Levante la copa de vino y diga (no beba):

Vehi she-amda lavoteinu velanu.

Y esa promesa fue la que mantuvo a nuestros antepasados y a nosotros. Y fue la que nos condujo hasta Yeshua,

 

Jacob, hijo de Isaac, hijo de Abraham, viajó con su familia a la tierra de Egipto. ¿Por qué viajó Jacob a Egipto? Porque José, el hijo de su amada Raquel, se había convertido en primer ministro de Faraón, rey de Egipto. Cuando el hambre se desató en Canaán, José le pidió a su padre y a toda su familia reunirse con él allí. Entonces José le concedió tierras a su padre y a sus hermanos, como mandó Faraón. Así habitó Israel en la tierra de Gosén, y fueron fructíferos y se multiplicaron en gran manera.

Pasaron los años y murió José, al igual que todos sus hermanos, y toda aquella generación. Un nuevo Faraón se levantó́ sobre Egipto, que no sabía nada de José. Faraón y sus consejeros se alarmaron ya que esta gran nación crecía dentro de sus fronteras, por lo que esclavizó a los hijos de Israel. Estos se vieron obligados a realizar trabajos forzados y actuar como sirvientes. Faraón temía que incluso como esclavos, los israelitas podrían crecer enormemente y rebelarse. Así que se decretó que los niños israelitas debían ser ahogados, para evitar que los varones pudieran derrocar a aquellos que los habían esclavizado.

Una pareja, Amram y Yojeved, se negaron a matar a su hijo recién nacido. En su lugar, lo escondieron en su cabaña durante tres meses. Cuando su llanto se hizo demasiado fuerte Yojeved lo colocó en una cesta en el río. Su hija Miriam vigiló la cesta para asegurarse de que el niño tuviera un salvoconducto.

La hija de Faraón entró a bañarse en el río y ella descubrió la canasta. Sintió lástima por el niño indefenso y decidió mantenerlo como suyo. Ella lo llamó Moshe (Moisés), que significa «sacado del agua». Valientemente, Miriam preguntó a la princesa si necesitaba una nodriza que la ayudara con el bebé. La princesa dijo que sí, y así sucedió que Yojeved fue capaz de cuidar a su propio hijo y enseñarle sobre su patrimonio.

Moisés pudo haber vivido en el palacio del Faraón para siempre, pero no podía ignorar el sufrimiento de su pueblo. Una vez, cuando vio a un egipcio golpeando a un esclavo israelita, no pudo controlar su ira, y mató al egipcio. Sabiendo que su vida estaría en peligro una vez que la noticia se divulgase, Moisés huyó a la tierra de Madian, donde se convirtió en un pastor.

Un día, mientras cuidaba las ovejas en el monte Horeb, Moisés vio una zarza que parecía estar en llamas, pero no estaba ardiendo. Desde el monte, oyó que la voz de Yahweh le llamaba. Yahweh dijo: «Yo soy el Elohim de tus antepasados. He visto el sufrimiento de los israelitas, y he escuchado sus lamentos. Estoy listo para sacarlos de Egipto y llevarlos a una nueva tierra, una tierra de la que emana leche y miel. «

Yahweh le dijo a Moisés que regresara a Egipto para llevar el mensaje de libertad a los israelitas y para advertir a Faraón que Yahweh traería plagas sobre los egipcios si no permitía que los esclavos salieran en libertad. Moisés era un hombre humilde que no podía imaginar ser el mensajero de Yahweh. «Yo estaré contigo», prometió Yahweh a Moisés. Con esta seguridad y desafío, Moisés partió hacia Egipto.

Cuando Moisés le pidió a Faraón que liberara a los israelitas, se negó. Fue entonces que Yahweh trajo diez plagas sobre los egipcios. Cada una asustaba más a Faraón, y cada vez él se comprometía a liberar a los esclavos. Pero cuando terminaba cada plaga, el Faraón no cumplía su palabra. Fue solo después de la última plaga, la muerte de los primogénitos de los egipcios, que el faraón aceptó. Y así fue como Yahweh nos sacó de Egipto con mano fuerte y brazo extendido.

Bendito sea Yahweh, que mantiene la promesa de Israel; bendito sea el Eterno que predeterminó el momento de nuestra liberación final con el fin de cumplir la promesa a Abraham nuestro padre en un pacto.

Un pacto que sería renovado cientos de años después por el propio Mesías. Por Yeshua, el mesías sufriente, el hijo de David, el León de la tribu de Judá.

Dios, ante nuestra evidente esclavitud, ya no bajo el yugo egipcio, sino para con el pecado. ya no usaría a un cordero o a un macho cabrío para liberarnos de esta, la más destructiva de las esclavitudes. Si no que envió a su hijo unigénito para salvación nuestra.

Así, muchos han querido acabar con el pueblo de Dios, las naciones, el sistema, la bestia, la ramera, todos ellos han combinado sus esfuerzos para confundirnos, para mitigar nuestra fe, para que olvidemos nuestro compromiso con Dios. Pero Dios ha sido fiel a la promesa que le hizo a la humanidad a través de Abraham. Solo por la fidelidad de Dios, es que hoy podemos narrar esta historia, y tener la gran oportunidad de integrarnos a su pueblo, A Israel. Ya no a un Israel político o territorial. Sino al Israel que se aferra a Dios implorando por una bendición, luchando contra todos los hombres, incluyéndose él mismo. Es a ese Israel al que hoy nos integramos como sobrevivientes, como herederos de una promesa. Gracias a Dios estamos vivos y pregonamos las maravillas de Dios a través de Yeshua. Es Dios quien nos ha liberado de las manos de nuestros enemigos.

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Autor

Comunidad Zerá

Comunidad Zerá

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